EDITORIAL
13 mar 2025
12:00h
5 Min. de lectura
¿Cuánto falta para la igualdad salarial real en el deporte?

Ilustración desigualdad salarial
EL GENERACIONAL
El deporte es una representación clara de la sociedad actual: refleja virtudes, debilidades, valores y, lamentablemente, también desigualdades. En este sentido, una de las grandes asignaturas pendientes sigue siendo la brecha salarial entre hombres y mujeres deportistas. Aunque se han dado pasos importantes hacia la igualdad, persisten situaciones inaceptables que demuestran que aún queda mucho camino por recorrer.
Un caso emblemático ocurrió en el último Mundial femenino de fútbol en 2023, donde España logró alzarse con la copa mundial por primera vez en su historia. A pesar de la victoria, cada jugadora recibió una bonificación significativamente inferior a la que se asignó a sus compañeros masculinos en Catar 2022. Los futbolistas masculinos se llevaron cerca de 400.000 euros cada uno por ganar el Mundial, mientras que las campeonas femeninas recibieron alrededor de 250.000 euros. Aunque esta brecha se ha reducido respecto a años anteriores, sigue siendo notoria y cuestionable.
Si dirigimos la mirada al ciclismo profesional, la diferencia se vuelve aún más preocupante. En 2023, Jonas Vingegaard obtuvo un premio de medio millón de euros por ganar el Tour de Francia masculino. En cambio, Demi Vollering, ganadora del Tour femenino en ese mismo año, apenas recibió 50.000 euros. Una diferencia que revela una realidad que trasciende lo económico y señala una discriminación sistemática hacia el deporte femenino.
En baloncesto, las cifras también reflejan un panorama desigual: el salario promedio anual de un jugador de la NBA ronda los 9 millones de dólares, mientras que una jugadora de la WNBA rara vez supera los 120.000 dólares. Esta disparidad obliga a muchas atletas profesionales a mantener trabajos complementarios para poder subsistir, algo impensable para sus contrapartes masculinas.
Por ejemplo, en el tenis, Novak Djokovic y Coco Gauff recibieron el mismo premio económico en el último US Open, un logro significativo para la igualdad, aunque muy puntual. Estos ejemplos no son aislados; son síntomas claros de cómo la sociedad continúa infravalorando el esfuerzo femenino en el deporte. Esta situación perpetúa la percepción errónea de que el deporte femenino es menos rentable, ignorando que la falta de inversión en publicidad, derechos televisivos y patrocinios es precisamente lo que limita su crecimiento y rentabilidad.
Aunque algunos países han dado pasos significativos hacia la igualdad, como Estados Unidos y Noruega, que ya han firmado acuerdos históricos de igualdad salarial en sus selecciones nacionales, esto sigue siendo la excepción más que la regla. Muchas federaciones deportivas internacionales continúan actuando con lentitud o indiferencia frente a esta problemática, amparándose en la supuesta menor rentabilidad del deporte femenino.
Es necesario cambiar la perspectiva: el deporte femenino no será más rentable hasta que reciba la misma inversión, exposición y oportunidades que el masculino. Las instituciones deportivas internacionales y nacionales tienen la responsabilidad de actuar con contundencia, impulsando regulaciones que promuevan la igualdad salarial real.
Ha llegado la hora de que la igualdad deje de ser una meta lejana o una promesa vacía. Si queremos que el deporte sea verdaderamente reflejo de una sociedad justa, la igualdad salarial debe ser una realidad hoy mismo. Solo así podremos hablar de una verdadera victoria.
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