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EDITORIAL

20 feb 2025

11:00h

4 Min. de lectura

Lesiones invisibles: el riesgo silencioso en el deporte femenino

El deporte femenino ha crecido exponencialmente en las últimas décadas, derribando barreras y ganando el reconocimiento que siempre había merecido. Sin embargo, detrás de cada victoria sigue habiendo una realidad menos visible.

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Lesión ligamento cruzado

PEXELS

Históricamente, la medicina deportiva ha basado sus estudios en cuerpos masculinos, asumiendo que los hallazgos eran aplicables a todos por igual. Pero el cuerpo de una mujer no es el de un hombre en versión reducida, existen diferencias hormonales, biomecánicas y estructurales que influyen en la propensión a ciertas lesiones, y estas siguen sin recibir la atención necesaria.

Uno de los casos más evidentes es el del ligamento cruzado anterior (LCA). Las mujeres tienen hasta ocho veces más probabilidades de sufrir una rotura de LCA en comparación con los hombres. ¿La razón? Factores como la anatomía de la pelvis, la mayor laxitud ligamentosa y las fluctuaciones hormonales influyen en la estabilidad articular. A pesar de ello, la mayoría de los programas de prevención y rehabilitación siguen sin adaptarse lo suficiente a estas diferencias.

A esta realidad se suman otras lesiones frecuentes como las fracturas por estrés, especialmente en deportes de resistencia como el atletismo o la gimnasia. La presión por mantener bajos niveles de grasa corporal puede desencadenar la tríada de la atleta femenina, un síndrome que combina desórdenes alimenticios, amenorrea (ausencia de menstruación) y osteoporosis. Sin una estructura ósea fuerte, las atletas son más propensas a sufrir fracturas que pueden comprometer sus carreras.

Pero el problema no se limita solo a la fisiología. También existe un déficit de conocimiento y prevención en los cuerpos técnicos, médicos y entrenadores. Muchas lesiones podrían evitarse con programas de entrenamiento adecuados, que contemplen la biomecánica femenina y trabajen en la estabilidad articular, la fuerza y la prevención del impacto. Sin embargo, la mayoría de las metodologías siguen diseñadas a partir de modelos masculinos, sin considerar que las mujeres tienen necesidades distintas.

Otro punto es la falta de financiación para la investigación en medicina deportiva femenina. Menos del 6% de los estudios en este campo incluyen mujeres como sujetos principales de análisis, lo que significa que seguimos tratando lesiones con datos que no reflejan la realidad de las atletas. Si queremos que el deporte femenino avance, es fundamental que se destinen más recursos a estudiar cómo las diferencias hormonales, musculares y óseas afectan a la recuperación y prevención de lesiones.

Los equipos médicos y los entrenadores tienen que recibir formación específica sobre lesiones en mujeres. Las deportistas tienen que tener acceso a información clara sobre cómo proteger su cuerpo y las federaciones deportivas deben priorizar la prevención en sus programas de alto rendimiento. No basta con celebrar los logros del deporte femenino, hay que garantizar que sus protagonistas puedan entrenar y competir en igualdad de condiciones, sin que su salud quede en segundo plano.

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