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EDITORIAL

06 mar 2025

12:03h

5 Min. de lectura

Vestimenta en el deporte: una desigualdad que persiste 

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Jugadora de voley

PEXELS

El deporte ha sido históricamente un reflejo de las dinámicas sociales y culturales de cada época. A pesar de los avances en equidad de género, la vestimenta en el deporte sigue siendo un ejemplo claro de la desigualdad persistente entre hombres y mujeres. En numerosas disciplinas, las deportistas deben seguir códigos de vestimenta que, lejos de responder a criterios de rendimiento o comodidad, parecen estar diseñados para resaltar su apariencia en lugar de su desempeño.

Un caso emblemático se vivió en 2021 con el equipo femenino de balonmano de playa de Noruega. Sus jugadoras fueron multadas por la Federación Europea de Balonmano por usar shorts en lugar de los bikinis reglamentarios. Mientras tanto, en la misma disciplina, los equipos masculinos compiten con camisetas sin mangas y pantalones cortos holgados. La diferencia en los uniformes no responde a una cuestión técnica, sino a una normativa que sexualiza la imagen de las atletas. Este caso generó un gran revuelo mediático y puso sobre la mesa la necesidad de una revisión profunda de los reglamentos deportivos.


Otro ejemplo claro es el tenis. En este deporte, los jugadores masculinos compiten con camisetas y shorts holgados, mientras que las mujeres suelen vestir faldas cortas y tops ajustados. Si bien las deportistas tienen opciones más variadas hoy en día, el estándar estético sigue pesando en sus decisiones, con una presión implícita para adherirse a normas que favorecen la imagen por encima del rendimiento. Serena Williams, una de las figuras más influyentes del tenis, ha sido blanco de críticas por usar prendas que desafiaban el código de vestimenta, como su famoso catsuit en el Abierto de Francia de 2018, prohibido posteriormente por la federación. Esta situación evidenció cómo los códigos de vestimenta pueden llegar a ser un obstáculo para la libertad de expresión y la comodidad de las atletas.

 

La gimnasia artística es otro caso paradigmático. Mientras los gimnastas varones compiten con mallas largas y camisetas ajustadas, sus compañeras deben usar leotardos de corte alto que exponen más piel. En un acto de protesta y reivindicación, el equipo alemán optó por llevar trajes de cuerpo completo en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, un gesto que reabrió el debate sobre la necesidad de permitir a las atletas elegir vestimenta en función de su comodidad y no de estándares impuestos. Este tipo de decisiones valientes han generado un cambio de mentalidad, aunque todavía queda mucho por hacer para normalizar opciones más equitativas y funcionales.


Además de estos ejemplos, en deportes como el voleibol de playa, la diferencia en la indumentaria es notoria. Mientras los hombres pueden competir con camisetas holgadas y pantalones cortos, las mujeres han sido históricamente obligadas a usar bikinis ajustados. Aunque en los últimos años se han flexibilizado las reglas y se permite el uso de pantalones cortos y camisetas, muchas deportistas sienten que aún existe una fuerte presión para seguir vistiendo prendas que las expongan más de lo necesario. Esta desigualdad es un reflejo de una visión del deporte que aún perpetúa estándares de belleza y atractivo por encima del confort y el rendimiento deportivo.

 

Incluso en disciplinas como el atletismo y el ciclismo, las diferencias de vestimenta son evidentes. Las corredoras suelen competir con tops y pantalones cortos ajustados, mientras que los hombres tienen la opción de usar camisetas sueltas y shorts más holgados. En el ciclismo, las mujeres han denunciado que muchas veces las prendas que se les proporciona no tienen la misma calidad técnica que las de sus compañeros varones, además de estar diseñadas con un enfoque más estético que funcional. Esta desigualdad en el equipamiento puede afectar directamente el desempeño y la confianza de las atletas.


El argumento de la tradición o la estética no debería ser razón suficiente para mantener estas desigualdades. En deportes donde las capacidades físicas, la técnica y la estrategia son las claves del rendimiento, la vestimenta debería diseñarse bajo criterios funcionales, sin distinción de género. Es imperativo que las federaciones y organismos deportivos revisen sus reglamentos para garantizar que las normas de vestimenta respeten la comodidad y el bienestar de las deportistas, sin imponer estereotipos sexistas.


El camino hacia una verdadera equidad en el deporte no solo pasa por la igualdad de oportunidades y visibilidad, sino también por aspectos aparentemente menores, como la vestimenta. Romper con estas reglas anacrónicas es un paso necesario para que el deporte sea un espacio de inclusión y respeto para todas las personas, sin importar su género. Es hora de que las instituciones deportivas y la sociedad en general reconozcan que la igualdad en el deporte debe ser integral y abarcar todos los aspectos, incluyendo la vestimenta. Solo así podremos garantizar que las futuras generaciones de atletas puedan competir en condiciones justas y equitativas, sin que su ropa sea un factor de discriminación o desigualdad.​​

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